lunedì, giugno 30, 2008

veraneo


Cuando salir a la calle significa correr el riesgo de hundirme en el asfalto reblandecido por el sol y uno tiene que permanecer en casa hasta las ocho de la tarde si no quiere correr el riesgo de terminar derretido como la bruja del Oeste; vienen a mi mente los veranos de mi infancia. Veranos largos, de dos meses, que transcurrían sobre todo en La Mela. Levantarme y meterme en la alberca con los ojos aun pegados, esperar a que se despertara mi prima Adriana, esperar a que Ana Mari apareciera en su bicicleta verde para tomarnos el aperitivo… era otra forma de medir el tiempo, otros ritmos, era hasta otra forma de respirar. Las tardes de calor las podíamos pasar entre la piscina y el porche jugando al Monopoly o al hotel, o escaparnos en bicicleta sin dejar que vinieran los más pequeños al lago (una especie de embalse para regar que debía de estar lejos pero que seguro que no lo estaba tanto). Esas eran unas verdaderas vacaciones, un verdadero verano, cuando la mayor preocupación era no caerte de la bicicleta porque el alcohol escocia y la novedad era pasar del mercurio cromo a la cristalmina.