Hoy cumple noventa años, que se dice pronto. Más buena que un cacho de pan, como decimos aquí abajo, mi tercera abuela sin tener lazos de consanguinidad, lleva ya en casa de mis abuelos, que ahora es solo de mi abuela y de ella, más de cincuenta años. De la historia de su marido se habla mucho, pero no se concretiza nada; que si era casado, que si bebía mucho, que si se caso después, que si murió en la guerra…Empezó de cocinera cuando mi Tía Concha tenia unos meses, mi padre un añito más y por encima, los mellizos y Maria. Después llegarían Belén, las mellizas y Luís. (Si, dos pares de mellizos, cosas de la genética).
Y pasados algunos años, cuando pasó a formar parte del cuerpo de casa, empezaron a casarse mis tíos, y empezaron a llegar las nueras y yernos, por alguno de los cuales siente autentica devoción. Y poco a poco los primeros nietos…
Debió de ser por el setenta y nueve, cuando solo eran dos o tres los nietos, que se murió su hijo, el otro creo que se había muerto cuando era pequeño. Y después vino la pelea con su nuera y dejar de ver a sus nietos, a los biológicos.
Ya por entonces se habían venido desde el pueblo a Sevilla, aunque aun les quedaría una ida y una vuelta más. Y ella siempre con la familia, arriba y abajo (hasta cuando muera, será enterrada con mis abuelos). Cuidando a sus niños, servicial y cariñosa… y cuidando a los niños de sus niños, a los que quiere como sus nietos verdaderos. Amor que es correspondido por los veintiuno que hemos llegado a ser, cifra aun superable.
Ayudando siempre a mi abuelo, su señoriíto, en lo que pudiera (supongo que recortando de aquí y de allí, como siempre), y aguantando a su señora, con la que lleva discutiendo los más de cincuenta años.
Desde hace mucho y hasta hoy, solo se dedica a la cocina: sus pucheros, sus perolas, su espacio. Aunque recibe alguna que otra ayuda de mi tía, sobre todo técnica (la termomix que hace milagros). De sus manos salen las mejores papas fritas del mundo, y un gazpacho insuperable. Y sin deconstruir nada, y sin usar nitrógeno liquido. Aun dice que nunca ha sido capaz de hartar a mi padre y tíos (son nueve) de papas, porque cuando empezaba a freírlas, pasaba uno y cocía unas pocas, pasaba otro y cogía también… y nunca ha sido capaz de llenarlos.
Al tiempo de que a mi abuelo le diera una congestión, le dio a ella. Y lo que son las cosas, el duro poco, no fue capaz de superar el no poderse mover libremente como hacia antes. No olvidare el llanto con el que le comunico a su hermana por teléfono que su señoriíto se había muerto, que su Bernardo se había muerto. Al contrario que mi abuelo, ella, con un ojo prácticamente cerrado y la boca un poco torcida, se ha recuperado sorprendentemente, y anda todo el día como un perdigón de aquí para allá, sin parar nunca. Casi seguro que es eso lo que la mantiene en forma. Después de eso, volvió a hablar con uno de sus tres nietos, que la recoge algunos fines de semana, y nos enteramos de que tenía hasta bisnietos… aunque por nuestro lado ya habían empezado a caer algunos.
Y me cabreo mucho, cuando se que no sabe ni leer ni escribir y que nadie le haya enseñado. Aunque alguna vez he oído que ella no quería, la deberían haber obligado. Como me cabreo cuando recuerdo que no es madrina de ninguno de nosotros; y que si alguna vez tengo un hijo, llegara tarde para eso.
Pero hay que verla feliz, con los ojos brillantes, cuando ve a sus niños todos juntos en cualquier cosa. Y cuando los nietos nos sentamos alrededor y empezamos a decir tonterías…
así que os podéis imaginar como ha ido lo de esta noche, con los veintiuno a su lado, y casi todos mis tíos y consortes; cantando, bailando, bebiendo, riendo… para la que para algunos es como una segunda madre, y para otros como una segunda abuela… para ella, para ‘la tata’.
Y pasados algunos años, cuando pasó a formar parte del cuerpo de casa, empezaron a casarse mis tíos, y empezaron a llegar las nueras y yernos, por alguno de los cuales siente autentica devoción. Y poco a poco los primeros nietos…
Debió de ser por el setenta y nueve, cuando solo eran dos o tres los nietos, que se murió su hijo, el otro creo que se había muerto cuando era pequeño. Y después vino la pelea con su nuera y dejar de ver a sus nietos, a los biológicos.
Ya por entonces se habían venido desde el pueblo a Sevilla, aunque aun les quedaría una ida y una vuelta más. Y ella siempre con la familia, arriba y abajo (hasta cuando muera, será enterrada con mis abuelos). Cuidando a sus niños, servicial y cariñosa… y cuidando a los niños de sus niños, a los que quiere como sus nietos verdaderos. Amor que es correspondido por los veintiuno que hemos llegado a ser, cifra aun superable.
Ayudando siempre a mi abuelo, su señoriíto, en lo que pudiera (supongo que recortando de aquí y de allí, como siempre), y aguantando a su señora, con la que lleva discutiendo los más de cincuenta años.
Desde hace mucho y hasta hoy, solo se dedica a la cocina: sus pucheros, sus perolas, su espacio. Aunque recibe alguna que otra ayuda de mi tía, sobre todo técnica (la termomix que hace milagros). De sus manos salen las mejores papas fritas del mundo, y un gazpacho insuperable. Y sin deconstruir nada, y sin usar nitrógeno liquido. Aun dice que nunca ha sido capaz de hartar a mi padre y tíos (son nueve) de papas, porque cuando empezaba a freírlas, pasaba uno y cocía unas pocas, pasaba otro y cogía también… y nunca ha sido capaz de llenarlos.
Al tiempo de que a mi abuelo le diera una congestión, le dio a ella. Y lo que son las cosas, el duro poco, no fue capaz de superar el no poderse mover libremente como hacia antes. No olvidare el llanto con el que le comunico a su hermana por teléfono que su señoriíto se había muerto, que su Bernardo se había muerto. Al contrario que mi abuelo, ella, con un ojo prácticamente cerrado y la boca un poco torcida, se ha recuperado sorprendentemente, y anda todo el día como un perdigón de aquí para allá, sin parar nunca. Casi seguro que es eso lo que la mantiene en forma. Después de eso, volvió a hablar con uno de sus tres nietos, que la recoge algunos fines de semana, y nos enteramos de que tenía hasta bisnietos… aunque por nuestro lado ya habían empezado a caer algunos.
Y me cabreo mucho, cuando se que no sabe ni leer ni escribir y que nadie le haya enseñado. Aunque alguna vez he oído que ella no quería, la deberían haber obligado. Como me cabreo cuando recuerdo que no es madrina de ninguno de nosotros; y que si alguna vez tengo un hijo, llegara tarde para eso.
Pero hay que verla feliz, con los ojos brillantes, cuando ve a sus niños todos juntos en cualquier cosa. Y cuando los nietos nos sentamos alrededor y empezamos a decir tonterías…
así que os podéis imaginar como ha ido lo de esta noche, con los veintiuno a su lado, y casi todos mis tíos y consortes; cantando, bailando, bebiendo, riendo… para la que para algunos es como una segunda madre, y para otros como una segunda abuela… para ella, para ‘la tata’.