Ha apoyado sus manos, una sobre la otra encima de su vientre. La mirada perdida en la estrechez de la infinita calle sin salida en la que transcurren sus días. Sus pensamientos vuelven una y otra vez a las últimas horas en el hospital, después de la paliza que le dieron aquellos niñatos. Aun no entiende como puede haber gente así en el mundo.
La gente del barrio tampoco lo entiende. ‘El Conquistador’, aunque un poco conflictivo a veces, no es mala gente. Es un ermitaño, huraño, un tipo al que le gusta estar solo. Todo el mundo sabe que tiene familia en la ciudad, pero hace mucho tiempo que decidió cambiar de vida, abandonarlo todo para perseguir un sueño en algún país extranjero. Nadie sabe si llego a atraparlo o si simplemente lo rozo con la punta de sus dedos sucios. Si saben de la mirada bondadosa de ‘El Conquistador’ con cualquier gesto de bondad, ya sea un bocadillo, algo de ropa, un cigarro o invitarlo a una copa de tinto. A ‘El Conquistador’ le encanta el tinto, de ahí su nombre, del cartón de tinto ‘El Conquistador’ que lleva siempre bajo su brazo. Aunque bien podría hacer referencia a la conquista de su sueño.
Esta noche es la primera después de la paliza. Los cartones que ha puesto encima del banco, ni cortan el frío que sopla en la plaza ni ablandan el duro acero; así que los moratones le molestan más de lo normal. Esta pensando que quizás se equivoco de camino, que tenia que haber seguido una vida convencional: casarse, tener hijos… Si lo hubiera hecho esta noche tendría una cama donde dormir y un techo que lo protegería de la lluvia que amenaza con caer. Pero no se puede dar marcha atrás, y si lo hiciera tendría ataduras, y la infinita calle sin salida, seria más corta y sin esa plaza a modo de ensanche, que hace tanto dejo atrás y en la que aprendió a jugar, a beber, a divertirse. Esa plaza en alguna ciudad de algún país en la que vivió, y fue feliz.