sabato, giugno 10, 2006

encuentro

Hace poco más de dos semanas, recibí un mail en el que me ofrecían una colaboración, acompañado de unos versos y un texto. Después de leerlo, conteste, aceptando la colaboración y prometí ponerlo aquí, en mi blog. Y eso es lo que hago hoy. Un beso para Álvaro, el autor, al que deberíais dirigirle los comentarios. Espero que os guste tanto como a mí.

ENCUENTRO
Aquel día de lluvia
que hacía a la ciudad
triste y hostil,
me tropecé contigo,
venías de otro mundo
y errabas por el mío
cálido y desvalido.
Te propuse que me acompañaras
para pasar el rato,
y hasta tal punto
pude reconocerme en ti
que dejé de sentirme
extraño y diferente.
Dos días después
nos despedimos
para volar de vuelta,
no se si tu regresaste a tu mundo
yo, ya no pude posarme sobre el mío
¡Y sigo suspendido!
A veces, pienso que fuiste un ángel,
porque en mi mundo personas como tu,
no existen.

ENCUENTRO

Aquel día de lluvia, que hacia a la ciudad de Bruselas triste y hostil, era la mañana de un sábado de noviembre, yo había llegado el jueves para una reunión el viernes pero, como en aquella ocasión tenia otra reunión el lunes, pensaba aprovechar ese día para visitar algún museo, y el domingo iría a Gante y Brujas. Normalmente, estos viajes para reuniones no te suelen dejar tiempo para visitar nada.
Después de desayunar, salí del hotel, para dirigirme andando al museo de pintura antigua. En el camino, me abordó un joven, que me habló en una lengua mezclada con francés y al que entendí que preguntaba por Air France. Yo en francés le dije que era sábado y que las oficinas estaban cerradas: fermée y añadí: closed. Entonces, me dijo que era brasileño y me mostró un billete de avión, con destino a Recife, vía París y cuya vuelta estaba cerrada para, no recuerdo el día de diciembre. Se estaba mojando, y me miró con cara de preocupación y de no saber que hacer. Le propuse que me acompañara si es que le apetecía pasar un rato en el museo conmigo.
Los dos íbamos bajo el pequeño paraguas plegable, él, al principio, tímidamente y como con respeto, supongo que porque con mi gabardina larga de color verde oscuro, el paraguas granate y los zapatos abotinados para la lluvia, debía parecerle todo un ciudadano del primer mundo, después, como se daba cuenta que yo le escuchaba y le entendía, de una manera mas relajada y con la musicalidad de su lengua, me fue contando las razones de su preocupación.
Se llamaba Claudio y a comienzos del año había conocido a un joven matrimonio belga, de Bruselas, con el que hizo una cierta amistad durante los días que pasaron en su ciudad, Olinda. Fueron ellos los que le animaron a venir a Europa, -su sueño-, asegurándole que se ocuparían de buscarle un trabajo y de que aprendiera francés y entre tanto se alojaría en su casa. El estudiaba ingeniería electro mecánica y le pareció una buena idea así que con sus ahorros compró un billete de tarifa reducida y se vino.
Como tenían que haber previsto, no era fácil encontrar un trabajo para un turista brasileño que no sabía idiomas, así que fueron pasando los días y el ambiente se fue enrareciendo, le encomendaron las labores domesticas y llego al punto en que no le hablaban ni le dejaban salir de su cuarto, hasta el viernes, que le dijeron que debía irse de la casa. ¿Aun sabiendo, que no tenías a donde ir y que la fecha de vuelta no admitía cambios? Me dijo que si con la cabeza, pero en ningún momento pareció estar cabreado, sino simplemente triste, ni en ningún momento habló despectivamente de aquella pareja. Por eso buscaba la delegación de Air France para intentar cambiar la fecha del regreso.
Recorrimos juntos el museo y no sé si fue, porque llevaba meses sin que nadie le hiciera caso, que no dejó de observarme entre sorprendido y agradecido. Tenia unos ojos grandes pero era su mirada limpia la que me enternecía, nadie me había mirado así nunca, de hecho, era una mirada que yo no conocía.
Con un día tan desapacible decidí que lo mejor sería comer allí mismo. Me contó que el viernes había estado en el consulado de Brasil por si le podían ayudar pero no consiguió nada. También intentó vender unas piedras semipreciosas, que le había dado su madre, por si se veía en un apuro, pero era tan poco lo que le daban que no las quiso vender. Las llevaba en un bolsillo metidas en una bolsita de tela. Me las enseñó, eran unas 6 o 7 piedras de diferentes colores sin pulir y cuyo verdadero valor yo ignoraba.
Me contó como era su vida en Olinda, su luz, su mar, su gente. Le dije que ese era, si no el primer mundo, sí el mas hermoso y que en Bruselas solo iba a encontrar frialdad e incomunicación, eso si con mucha educación y respeto, todo ¡Muy civilizado! pero, que viniendo de donde venia y en su situación, no se iba a encontrar bien allí
Me ofrecí para acompañarle el lunes, antes de la reunión, a Air France y también, si quería, podíamos ir a por su equipaje y quedarse conmigo, y venir al día siguiente a Gante y Brujas. Me miró como si no me hubiera entendido y se lo repetí. Entonces ya no fue solo su mirada, sino que la acompañó de una sonrisa con la que lo dijo todo, porque noté que no podía hablar.
Cogimos el metro hasta las afueras, recogimos su equipaje, lo dejamos en la habitación del hotel, y nos fuimos hacia el centro. Pasamos a tomar una cerveza a “La Morte Subite”, donde paraba el cantante belga Jacques Brel y donde escribió su: “ne me quitte pas” -no me dejes- . Por las Galerías Reales llegamos a esa maravilla que es La Grand Place que, como siempre, estaba llena de gente y no únicamente de turistas pues es un lugar de paso para muchos residentes de la ciudad. Terminamos entrando en la taberna “Le Roi D’Espagne” y a los pies de los hombres de los gloriosos Tercios de Flandes, ¡Ahorcados!, bebimos cerveza y cenamos con dos españolas muy simpáticas. Desistimos de acompañarlas a tomar una copa con el pretexto de que al día siguiente debíamos madrugar.
Al llegar a la puerta de la habitación, le cedí el paso y cuando me giré tras cerrar la puerta, allí estaban, él, su mirada, su sonrisa, relajado, esperándome. Mi sorpresa duró un instante, mi duda, el tiempo que permanecí mirando su mirada. Nos abrazamos y me abandone, como anestesiado, a sus besos y a sus caricias y ellos y ellas fueron despertando cada centímetro de mi cuerpo, que dormido, por primera vez se despertaba al lado de un hombre, ¡bueno!, de un ángel con sexo, y hasta mi cabeza, que si que había estado con hombres, tuvo que aceptar que aquello había sido más de lo que había imaginado nunca.
El teléfono despertador nos pilló semiinconscientes y abrazados y ya no paramos de sonreír y abrazarnos, en la ducha, lavándonos los dientes, afeitándonos,…, hasta conseguir, no sin dificultad, salir vestidos de la habitación. En el comedor no me fijé en nadie, ni siquiera ví a las camareras, no podía dejar de mirarle, como hipnotizado. Después de desayunar, en un acto reflejo de sincronía mental, nos fuimos derechos al ascensor y a la habitación para volver a abrazarnos, a pesar de que llevábamos encima todo lo que necesitábamos para pasar el día.
Desde el momento que salimos del hotel, no recuerdo haberlo pasado peor al lado de alguien, tratando continuamente de tocarnos, yo a él y él a mí, con cualquier pretexto, en ocasiones de lo mas infantil. Entonces, pensé que lo hacíamos con naturalidad y disimuladamente, ahora creo que debimos ser muy evidentes.
Todo el día fue un continuo cruce de miradas y sonrisas en el tren, las catedrales, los museos, en la barca recorriendo los canales de Brujas y, cuando no podíamos más, entrábamos en los aseos y esperábamos a que no hubiera nadie para abrazarnos.
Durante nuestras conversaciones le fui contando todas mis dudas y temores sobre la manera de asumir mi sexualidad, yo estaba casado, y como toda respuesta me daba su “filosofía de vida” que la podría resumir en: déjate llevar por los acontecimientos, poniendo todo el empeño en hacer feliz y ser feliz a la y con la persona que en cada momento tengas a tu lado y olvídate de sentirte culpable porque tu no has elegido tu naturaleza ni tu orientación sexual. Y hasta tal punto pude reconocerme en él que dejé de sentirme extraño y diferente.
Que cansancio no tendríamos que de regreso nos pasamos las tres estaciones de Bruselas y nos despertó el revisor cuando estábamos llegando a Lieja. Le expliqué nuestra situación de absoluto agotamiento y con el apoyo de unas señoras que viajaban a nuestro lado, conseguimos que nos hiciera un billete para tomar el primer tren de vuelta hacia Bruselas. ¡Cómo nos reímos cuando bajamos!
Caminamos desde la Gare Central hacia el hotel y paramos a tomar una baguette para no tener que salir a cenar. Al llegar nos dejamos caer sobre la cama y así, vestidos, nos quedamos dormidos hasta que, tras un breve sueño, el calor y el olor de nuestros pegajosos cuerpos volvieron a agitar nuestros sentidos y nos encontramos de nuevo mirándonos y deseándonos y esta vez llevé yo la iniciativa y él relajado no dejo de mirarme complacido hasta el orgasmo. Me pidió que le penetrara, pero le hacia demasiado daño y desistí, entonces tomo mi pene con la boca y me masturbó hasta tragarse el semen. Después le abracé y le besé, hasta no se que hora de nuestra ultima noche.
Desde el sábado no habíamos vuelto hablar del billete ni habíamos mencionado la posibilidad de que no se lo cambiaran. Eran las nueve de la mañana cuando yendo hacia la delegación de Air France, a unos veinte minutos andando desde el hotel, me dijo: ¿Qué puedo hacer si no me lo cambian? porque he hablado con un compatriota y me ha dicho que no se me ocurriera, estando ya aquí, en el centro de Europa, volver a Brasil donde no me esperaban nada mas que penurias y que si no conseguía algún trabajo para sobrevivir, hasta que supiera el suficiente francés, que me mas me valía prostituirme antes que volver. Le dije que no me parecía una forma digna de ganarse la vida y que en el caso de que no le cambiaran la fecha del billete, y si el quería, yo le dejaría dinero y una carta para que pudiera llegar a España como invitado mío y le ayudaría hasta la fecha de coger el avión en París.
En la delegación de Air France pedí que me pasaran con el director, que resulto ser directora y le dije a Claudio que me esperara. A aquella señora le conté la verdad, toda la verdad, tal como la he contado aquí. Me miró con una sonrisa, diría que comprensiva, consultó el ordenador y me dijo que podía cambiarlo para el día siguiente, martes, le dije que me dejara consultarlo con el joven y cuando se lo dije, a Claudio se le ilumino la cara, de tal forma, que sin esperar respuesta la directora encargo a una empleada que cambiara la fecha del regreso.
Al salir, yo debía dirigirme a la estación de metro más próxima para llegar a la reunión, que comenzaba a las diez. Le dije a Claudio que volviera al hotel para decir que se quedaría también esa noche, y que nos veríamos allí a las 17,30, cuando yo fuera a recoger el equipaje. Nos dimos un abrazo y tome las escaleras mecánicas. El nudo de la garganta no se me quito en todo el día. No pude pedir la palabra durante la reunión y comí solo en el autoservicio porque, de haber intentado hablar con alguien, me hubiera puesto a llorar.
En el hotel dejé pagada la habitación de esa noche y le presté a Claudio algo de dinero para que comiera y pudiera desplazarse hasta el aeropuerto. Me acompaño hasta la Gare Central de donde salen los trenes que cubren el trayecto hasta el aeropuerto. Durante el corto paseo, le insistí en que había tomado la mejor opción, que así al terminar la carrera siempre podría volver a Europa a trabajar en lo suyo. En el andén, nos dimos el último abrazo y al separarnos nos veíamos borrosos.
Ya en el aeropuerto, cuando abrí la cartera de mano para sacar no se que papel, me encontré con una postal de Recife y escrito en brasileño, algo que ahora no logro recordar, pero que tuvo que ser precioso porque lo que si recuerdo y con nitidez, es que me sentí triste y feliz al mismo tiempo. La postal esta por casa, la he buscado, para poner aquí lo que decía, pero no la he encontrado, estará donde la puse cuando regrese de aquel viaje, porque no la he vuelto a leer nunca más. No soy nostálgico y procuro no alimentarme de recuerdos, aunque debo reconocer que aquellos dos días me marcaron y cambiaron mi forma de entender la vida.
No sé si él regresó a su mundo porque de la carta, que le escribí durante el vuelo, no tuve respuesta. Por mi parte, el avión que tomé aquella tarde no volvió a posarme sobre el mundo. ¡Y sigo suspendido!
Desde entonces miro a los ojos de los hombres con los que me cruzo, pero, no me he vuelto a tropezar con aquella mirada. A veces, pienso que de verdad fue un ángel porque en mi mundo personas como él no existen o, yo no he sabido encontrarlas….

5 commenti:

Anonimo ha detto...

Pues sí, mi querido Luigi, debió ser un ángel. Lo digo porque al leerte me has transportado al cielo. Que forma de llegar al alma, hijo mio...

Anonimo ha detto...

Gracias Luigi por tu amigable acogida y por tu cordialidad.
Quiero decirte publicamente que cuentas con mi admiración por tu entrañable blog y que me gustaría formar parte de ese privilegiado circulo que forman tus queridos amigos.
un abrazo. Alvaro
alvarosino13@hotmail.com

Naxo ha detto...

Preciosa historia. Ha conseguido conmoverme. Enhorabuena! :-)

José L. Serrano ha detto...

Una verdadera delicia, ha sido un placer leerte. Por cierto, siempre me dió envidia el nombre de este blog, no veas las veces que he intentado crear uno con este nombre y siempre apareces tú.
Enhorabuena al bloggero y al colaborador.

Anonimo ha detto...

Bueno Álvaro pues no sabes lo que he disfrutado del texto así, completo. Ya me había gustado en su día. Era mi "marea" preferida de tus esteros. Pero ahora me ha encantado. Sólo espero y deseo que finalmente un ángel se deje caer algún día cerca tuyo para que la historia se repita, pero que en esta ocasión no tengáis que separaros.

UN ABRAZO